Josefa Andreu

Pionera

Josefa Andreu se compró su ambulancia. Tenía 29 años y era de Caravaca de la Cruz. La idea surgió mientras acompañaba a su marido en los viajes que realizaba como taxista. «Cuando él iba muerto de sueño pensaba yo: ¡Me voy a sacar el carnet!», recordó en una entrevista concedida a ‘Hoja del Lunes’ en 1987. Pero al final optó por la ambulancia.

Once años después tenía otras cuatro en servicio. Aún entonces luchaba contra quienes le decían a su marido: «Debía estar fregando platos, a lo mejor los tiene sin fregar», continuaba Josefa, quien suspiraba al concluir: «¡Si a mí me quitan de la carretera, me quitan la vida!». De hecho, incluso conducía embarazada hasta casi el momento del parto. Y diez días más tarde, volvía a ponerse al volante. Así era, como todos la conocían cariñosamente, Pepi o Pepa, la de la ambulancia.

Las anécdotas de sus servicios son antológicas. En una ocasión, en la zona del Carrascalejo, mientras trasladaba a una embarazada, el futuro padre de la criatura le dijo: «Creo que a mi mujer se le ha salido algo». Se trataba de la cabeza del bebé, al que Pepa trajó al mundo.

Consideraba Pepa que las mujeres «pueden serlo todo, porque eso es según el cuerpo que te hace». Y según el marido que tuvieras. El de Pepa siempre la apoyó. Curiosamente, Esteban Sánchez Moya, que así se llamaba, falleció años después en un accidente de tráfico.

El día a día de Pepa, por aquel ímpetu que ponía en la conducción, siempre fue divertido. La conductora recordaba que, en más de una ocasión, algunos pacientes la habían mandado «a fregar los platos», aunque la mayoría consideraban que era «una mujer valiente». Y también prudente al volante. Al menos, cuando no era necesario pisar el acelerador. «Le tengo respeto a la carretera», señalaba Pepa, aunque ante una emergencia y en más de una ocasión, «me he puesto en tres cuartos de hora de Caravaca a La Arrixaca». Rápida y decidida surcaba la Región.