Carmen Conde

Escritora

La cartagenera que conquistó la Real de la Lengua

Anduvieron descaminados durante generaciones los señores académicos de la Lengua. Porque creyeron que aquel histórico lema «limpia, fija y da esplendor» les indicaba a dónde tenían que enviar a cualquier mujer que osara aspirar a uno de sus codiciados asientos. A limpiar, fijar y dar esplendor…. a la vajilla. Aunque la historia cambió de la mano de una cartagenera, la primera mujer que ingresaría en la Real Academia de la Lengua. La primera. Hubo otra antes, pero no fue elegida sino impuesta por un rey en 1785. Así que la cartagenera Carmen Conde, en febrero de 1978, hizo historia al ocupar el sillón que había dejado vacante nada más y nada menos que Miguel Mihura.

Desde que la Real Academia fuera fundada en 1713 y hasta la llegada de Carmen Conde, sólo una fémina había ocupado, si bien de aquella manera, plaza en la institución. Era María Isidra Quintina de Guzmán y de la Cerda, condesa de Paredes, quien apenas contaba con diecisiete años y cuyo discurso de ingreso versó sobre la ‘Oración del género eucarístico’. María Isidra fue admitida por expreso deseo del Rey Carlos III en 1785, después de quedar admirado de los conocimientos que, al parecer, tenía esta joven sobre las más diversas disciplinas.

Las mujeres estarían vetadas hasta 1978, cuando fue necesario proponer a los candidatos que optarían a la vacante dejada por Miguel Mihura, quien ocupaba el sillón K. Dos nombres – Rosa Chacel y Carmen Conde – comenzaron a sonar en enero de aquel año, mientras el presidente de la institución, Dámaso Alonso, mantenía que jamás se había obstaculizado la admisión de una mujer.

Que se lo dijeran a Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado, Concepción Arenal, Fernández Caballero, Blanca de los Ríos, Concha Espina, Emilia Pardo Bazán o a María Moliner, cuyo diccionario se consultaba casi a escondidas en tan ilustre institución. O a Cecilia Bohl de Faber, a la que advirtieron de que solo tenía un pequeño defecto en su currículum: «Ser mujer».

El diario ‘La Verdad’ anunció las candidaturas, a las que se sumó una médico, Carmen Guirao, a propuesta del cardenal Tarancón. A Carmen Conde la avalaron, como establecía el procedimiento, otros tres miembros de la Academia: García Valdecasas, Buero Vallejo y Díaz Plaja. Todos conocían de sobra a la prestigiosa cartagenera.

Carmen Conde Abellán nació en la ciudad portuaria el 15 de agosto de 1907. Tras residir en Melilla retornó a Cartagena, hasta que la abandonó en 1936. Más tarde se establecería en Madrid. Ya entonces había fundado una revista junto a Miguel Hernández, Ramón Sijé y el poeta cartagenero Antonio Oliver, con quien se había casado en 1931. Más tarde, la genial autora conocería a Amanda Junquera, la persona a cuyo lado encontró la felicidad y que determinaría la profundidad de toda su obra.

A las obras inspiradas en la contienda civil le sucedieron otras como ‘Ansia de gracia’, de gran predicamento, mientras colaboraba en infinidad de revistas especializadas. Fue acreedora, hasta su ingreso en la Academia, de los premios ‘Elisenda de Montcada’, con la novela ‘Las oscuras raíces’, del ‘Simón Bolívar’ con ‘Vivientes de los siglos’ y del ‘Doncel’ por la obra teatral ‘A la estrella por la cometa’.

La escritora estudió Magisterio y se convirtió en profesora, aunque no concluyó sus estudios de Filosofía yLetras emprendidos en la Universidad de Valencia. Desde que era una niña sintió una gran atracción por la Literatura y, por encima de todo, la poesía. Con apenas once años, como recordaría más tarde, alternaba la lectura de la Biblia con ‘Las mil y una noches’, junto a otras obras del romántico francés Lamartine. Cierto día, el que luego sería su marido le prestó un ejemplar de ‘Platero y yo’.

A Carmen le entusiasmó hasta el extremo de enviarle sus escritos a Juan Ramón Jiménez. El autor, contra todo pronóstico, contestó a la cartagenera, iniciando así una larga amistad entre ambos. En otra ocasión se definió como «una muchacha que vino a la Literatura con la tremenda suerte de almorzar con Gabriel Miró y cenar con Juan Ramón Jiménez».

En 1967 publicó ‘Obra poética’, que reunía su producción desde 1929. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura. Relatos, biografías, cuentos infantiles y ensayos completaban su producción, bajo el seudónimo de ‘Florentina del mar’. Más tarde vendría el ‘Ateneo’ de Sevilla.

En una entrevista firmada por Diego Vera en el diario ‘Línea’, la autora reconocía que «yo no escribo para que se hable de mí ahora y para una vez muerta se siga hablando. No. Lo hago porque escribir es mi vida. Yo necesito escribir, tengo necesidad de librarme de cosas, y escribo, aunque luego queme las cuartillas». Y añadía un precioso razonamiento: «El pájaro canta porque tiene que cantar, ¿sabes de alguno que cante para que lo oigan?».

En aquella época, Carmen ya había perdido a su marido y vivía sola en Madrid, aunque comía y dormía, quizá para vencer el silencio que adoraba, en casa de una amiga. Poco esperaba de la vida, salvo escribir y añorar su amada Cartagena, donde le gustaba retornar pese a la nostalgia del recuerdo de los amigos muertos, de los lugares que cambiaron. «De aquella Cartagena mía apenas queda nada», suspiraba en ‘Línea’.

Desde luego, ni imaginaba que al año siguiente, el 9 de febrero de 1978, se convertiría en la primera mujer que entraba a la Academia. La escritora, que entonces contaba 70 años de edad, recibió los votos de 14 académicos, frente a los 7 que votaron a Chacel y el único que recibió Guirao. Estuvieron ausentes de la votación, entre otros, Torrente Ballester, Madariaga, Aleixandre y Pemán.

Sus primeras declaraciones, recogidas por ‘La Verdad’, evidencian su genialidad. Conde, quien desveló también cómo el día antes «estuve esperando a ver qué pasaba, pero sin inquietud, sin prisas», señaló, ante la gran novedad de su elección, que «sin duda ha habido otras escritoras mejores que yo, pero también se murieron antes que yo».

El 28 de enero de 1979 pronunció su discurso de ingreso, que tituló ‘Poesía ante el tiempo y la inmortalidad’. Apenas tres años más tarde tendría que enfrentarse al terrible espectro del alzhéimer, lo que no frenaría su capacidad creadora. De hecho, en 1987 recibe el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por ‘Canciones de nana y desvelo’. En este campo también fue una pionera, al estrenar obras de teatro infantiles en Televisión Española y en la radio y dirigir revistas para niños. Falleció el 8 de enero de 1996 en Madrid, a la edad de 88 años.